204. Con la boca cerrada y la mente encendida.
Narra Lorena.
Hace días que me repito el mismo mantra cada mañana antes de ver su cara: calmate, respirá hondo, hacete la que todo está bien. Porque si me dejo llevar por lo que realmente siento, por el asco, la bronca, la desesperación de no poder abrazar a mi hija cuando se me canta, voy a mandar todo al carajo. Y ahora no. Ahora no es el momento. Tengo que esperar.
Desde que me dejó verla más seguido, no dejo de pensar en lo que podría pasar si fallo. Si se entera. Si Brisa me descubre. Esa pendeja tiene ojos de víbora y sonrisa de gata en celo, y cada vez que la veo pegada a Ruiz, siento que el piso se me hunde un poco más. Pero no puedo perder el foco. No ahora.
—¿Dormiste bien, Lorena? —me pregunta Ruiz desde la puerta, con ese tono de marido domesticado que no le va ni un poco, pero que igual usa para convencerme de que es otro. De que cambió.
—Sí —le digo, y sonrío como una actriz barata de telenovela. Me acerco, le acomodo la camisa. Me esfuerzo. Porque sé que, si él ve lo qu