20. Lo que estaba escondido.
Narra Ruiz
La oficina de Carlo huele a encierro, a cuero viejo y a traición mal ventilada.
Me rodean papeles, cajas fuertes ocultas tras cuadros idiotas de caballos y puestas de sol.
Una caricatura de poder para un tipo que ya no respira.
No vine por oro.
Ni por armas.
Vine por lo que no se ve. Por los secretos que guardan los que piensan que van a vivir para siempre.
Y Carlo, el muy imbécil, tenía demasiados.
La combinación me la cantó uno de los suyos con una costilla rota.
Después de que le mostráramos qué tan creativo puede ser mi nuevo regente de castigos.
Ah, la gente canta rápido cuando el dolor no te pregunta si estás listo.
Giro la rueda de la caja fuerte, escuchando los clics como si fueran las notas de un piano desafinado.
Y cuando la puerta se abre… no hay brillo.
No hay fajos de billetes, ni diamantes, ni pasaportes falsos.
Hay papeles.
Legajos.
Y una carpeta negra con bordes gastados.
La abro por puro instinto.
Y ahí está.
Una foto.
Un nene. No tiene más de cinco años.
P