195. El mundo de los que miran.

Narra Dulce.

Al principio pensé que era un castillo.

No uno con torres y dragones, no.

Uno moderno, de los que tienen paredes limpias, gente que no te grita, y una cama que huele a lavanda.

Y juguetes.

Montones de juguetes, ositos, muñecas Barbies.

Pero hay algo raro con los castillos: si nadie más vive en ellos… no son castillos.

Son jaulas limpias.

Jaulas con cortinas lindas y olor a desinfectante.

Hace tres días que no veo a nadie.

Nadie de verdad.

Sólo esa señora muda que deja comida en la puerta y no me mira a los ojos.

Camina como si flotara. Siempre de blanco.

Siempre en silencio.

Y la voz de “el señor” por los parlantes.

Sí. Parlantes. Como si esto fuera una película.

O un videojuego de terror donde vos sos el personaje atrapado en el nivel cero.

Él no aparece.

Solo me habla cuando quiere.

—¿Dormiste bien, Dulce? —dice su voz suave, como si me conociera.

Yo no respondo.

No porque no quiera.

Sino porque Brisa me enseñó algo antes de morir.

—No hablés con extraños que sonríen de
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