130. Ni tan perra, ni tan estúpida.
Narra Ruiz.
Todo me vibra. El ojo izquierdo tiembla como un parásito con hambre. El cigarro no se sostiene más en la comisura de la boca. Me lo saco y lo piso. La ceniza se pega a la suela, como la sangre que me voy a encargar de esparcir.
Gomes.
Ese bastardo incorruptible está cerca. Y yo sin el puto celular.
Ese maldito celular.
El único que importa.
El único que no debí dejar nunca cerca de Lorena. Y la muy puta lo sabe.
Mi mente la ve con esa sonrisa tibia, con esa voz que tiembla de deseo pero que esconde cuchillos. La imagino hojeando los contactos, los mensajes en clave, las rutas de las armas, los nombres que pueden desangrarme de a poco.
Y de pronto todo lo que me dolía, ahora arde.
La radio zumba otra vez.
—Seis patrullas. Gomes al frente. No traen orden, jefe.
—Ni la necesitan —murmuro—. No cuando vienen a matar.
No espero órdenes. Las doy.
—Pónganse los chalecos. Los que no tengan, apunten mejor. Nadie retrocede. Si caemos, que sea con las botas llenas de sangre ajena.
Cam