129. Migraña y plomo.
Narra Ruiz.
Hoy es uno de esos días en los que la cabeza me late como un tambor africano y no hay suficiente whisky en el mundo para apagar el ritmo. Todo me molesta. El humo del cigarro, la voz nasal de Camilo, el calor pegajoso de esta maldita bodega abandonada donde se está llevando a cabo el trato. Incluso el sonido de mi respiración me jode.
Y encima, la puta migraña.
Una que me golpea detrás del ojo izquierdo con cada respiración, como si alguien me estuviera tallando la córnea con un cincel oxidado.
Me inclino hacia adelante y me estrujo el puente de la nariz mientras los compradores inspeccionan las cajas. Son serbios o albanos o algún idioma que suena a piedras cayendo por una escalera. No hablan español. Ni inglés. Y eso es un problema.
Por eso estoy yo aquí.
Para que mi gente no la cague.
Una palabra mal traducida, un gesto mal interpretado, y se arma el festival de plomo. Y yo no vine a ver un espectáculo. Vine a cerrar un trato, a cambiar fierros por billetes. Porque con