116. Fuego en el cielo.
Narra Lorena.
Vuelvo a la cocina como quien regresa de la guerra, solo que sin heridas visibles, pero con las entrañas desordenadas y los ojos llenos de una oscuridad que ya no sé cómo disimular. Camino como si nada, me estiro el vestido como si fuera una tarde más, y, sin perder tiempo, empiezo mi pequeña rebelión.
—Quiero sashimi de atún rojo, bien fresco, como lo sirven en Ginza. Y vino blanco, pero no cualquier cosa barata; traigan un Riesling alemán, 2008, si tienen. Si no tienen, búsquenlo.
Los rostros del personal se tensan como cuerdas de violín mal afinadas. No preguntan, no replican. Solo bajan la cabeza y comienzan a moverse con una eficiencia mecánica, casi sobrehumana. Al parecer, las órdenes que doy en voz alta llevan el peso del nombre de Ruiz, aunque él no las haya dictado.
No me detengo.
—Y quiero un vestido nuevo. Nada vulgar. Rojo, con escote en V, satén italiano. Tacones negros. Y joyas, no bisutería de cabaret. De diamantes. Que luzca como si fuera a matar a algui