113. El que parte, reparte… y el resto obedece.
Narra Ruiz.
Hay un silencio especial que viene después de una masacre.
No es el silencio de la paz. No.
Es el silencio del respeto.
Del miedo.
Los perros del sur ya no ladran. Ya no gimen. No respiran. Están bajo tierra, compartiendo ataúd con su ambición. Y los demás, los buitres, los falsos aliados, los oportunistas, ahora me llaman. Me buscan. Me invitan a sus cuevas de humo y licor para decirme que nunca dudaron de mí.
Como si eso importara.
No me interesan sus palabras. Me interesa ver si tiemblan cuando me miran a los ojos.
La primera reunión es en un bar viejo del puerto. Uno de esos que huelen a grasa, a salitre y a desesperación. Adentro está Giuliano, el de los casinos. Viste de blanco, como si el color pudiera tapar el lodo en el que chapotea su alma. Lo acompaña su guardaespaldas, un gorila mudo con cara de ex boxeador y manos de sepulturero.
—Ruiz —dice Giuliano, levantando su copa—. La ciudad entera habla de vos. Dicen que el sur arde.
—El sur ya no exis