112 Los perros del sur ladran… hasta que sangran.
Narra Ruiz.
Los del sur siempre fueron bravos en boca ajena.
Y ahora, después de que la muertita de Clarita les sopló que podían desafiarme, se creen intocables. Pobres diablos. Todavía no entienden que no están en guerra conmigo. Están en la lista.
El café humea en mi mano izquierda. La derecha está ocupada, acariciando el lomo del fusil FN SCAR que pienso estrenar esta noche. Afuera, el sol se retuerce entre los ventanales de la sala de armas. La mansión está en calma. Muy en calma.
Y eso solo significa una cosa: sangre en el horizonte.
—¿Querés una lista de los que se les unieron? —me pregunta Milo, mi segundo. Está nervioso. Siempre lo está antes de una masacre. Se le nota en cómo juega con el anillo que le regaló su hermana muerta. La ironía lo acaricia: eso es lo que les va a pasar a los del sur también. Un regalo. De plomo.
—No me importa cuántos sean —le digo, sin mirarlo—. Mostrame dónde están. El resto se resuelve con balas.
Y así empieza la danza.
Ellos se preparan cr