Tienes los días contados.
Catalina permaneció quieta frente a la pantalla del teléfono, con el corazón latiéndole tan fuerte que podía oírlo en sus propios oídos.
El nombre Luciano Moreau parpadeaba en letras negras sobre el fondo blanco, y por un momento tuvo la sensación de que el aparato se burlaba de ella, recordándole todo lo que había soportado.
El aire se volvió pesado, y sintió cómo un leve temblor le recorría los dedos.
Aun sabiendo que podía ignorar la llamada, esconder el teléfono o apagarlo, comprendió que no lo haría.
Ya no era aquella mujer que se paralizaba ante su voz y decía amén a todo lo que Luciano hablaba.
Había aprendido, a fuerza de heridas, que el miedo no desaparece huyendo, sino enfrentándolo.
Tomó aire despacio, dejando que el oxígeno le llenara los pulmones y tratara de calmar el temblor de sus manos.
Antes de aceptar la llamada, echó una mirada rápida hacia la puerta entreabierta; las