He tomado una decisión.
Julián llevaba más de dos horas dentro del coche, estacionado frente a la clínica.
El motor seguía apagado, el reloj avanzaba con una lentitud desesperante y su mirada no se despegaba de la entrada principal.
A veces salía una enfermera con paso rápido, un paciente distraído o un repartidor que dejaba paquetes en la recepción, pero nada más.
Ninguna señal de lo que él esperaba.
Bastien, el escolta que había dejado adentro, le enviaba mensajes breves sobre cualquier movimiento.
Ninguno había sido importante.
“Nada aún”, decía el último.
Dos palabras simples que sin embargo se le clavaban en la cabeza.
Julián no era un hombre impaciente, aunque la espera le resultaba un veneno lento que le carcomía los nervios.
Había aprendido con los años que las guerras verdaderas no siempre se peleaban con balas, sino con s