No habrá segundas oportunidades.
El reloj marcaba las once cuando Sebastián Moreau cruzó la puerta del despacho sin esperar invitación.
No caminaba con prisa, pero cada paso suyo tenía el peso de la autoridad. Su sola presencia bastó para tensar el aire; era el tipo de hombre que no necesitaba levantar la voz para dejar claro quién mandaba.
Luciano ya había sentido su llegada desde el pasillo. Reconocía el sonido seco de su caminar, esa manera silenciosa pero dominante de ocupar el espacio por el que andaba.
Cada detalle lo devolvía a la infancia, a esos silencios prolongados donde aprendió a medir sus gestos y a adivinar el humor de su padre, entendiendo que, por más adulto o poderoso que llegara a ser, frente a él siempre sería el hijo que no alcanzaba a ser suficiente.
—Dime que todo está en orden —dijo Sebastián sin rodeos, dejando el abrigo sobre el sillón con un gesto automático que transmitía propiedad.
—Todo según lo planeado —res