Luciano no es lo que aparenta.
Sara despertó sobresaltada, con el cuerpo frío y los pensamientos atrapados en una maraña interminable de dolor y decepción, porque no fue un mal sueño lo que la arrancó del descanso, sino la cruda realidad que la envolvía como un peso invisible.
Había pasado la noche entera dándose vueltas en la cama, incapaz de encontrar alivio, atormentada por una pregunta que ya conocía demasiado bien: ¿por qué Luciano no la había elegido una vez más? ¿Acaso no la amaba en realidad? ¿Por qué siempre la escogía a ella?
Cada recuerdo de la gala se repetía en su mente como un castigo cruel, ya que el momento exacto en que él, sin la menor duda, había abandonado la gala junto a Catalina frente a todos, mostrándose a su lado como si fuera la única mujer que importaba en su mundo, era una imagen imposible de borrar.
No importaban las promesas ni las noches compartidas, porque el mismo patrón, la misma humillación que Sara conocía demasiado bien, se repetía una vez más.
Ella, una vez más, relegada a las