Me va a descubrir.
El primer impacto fue de puro sobresalto y el siguiente, aún más confuso, dejó a Luciano frunciendo el ceño lentamente, no porque sospechara una intrusión en su mundo cerrado, sino porque la expresión de Sara, esos ojos enrojecidos y esa respiración entrecortada, le resultaban tan elocuentes como desconcertantes, hasta el punto de que no comprendía qué hacía allí.
Lo único que sabía era que sus lágrimas parecían acusarlo sin palabras que él fuera capaz de entender.
Ella, en cambio, tragó saliva con dificultad mientras sentía cómo el móvil aún temblaba en el bolsillo de su abrigo, ardiendo como una carga incandescente que amenazaba con delatarla, ya que las fotos de los documentos seguían allí, ocultas y letales, pruebas vivas que mantenía en silencio, mientras su mente intentaba convencerse de que podía controlar el temblor de sus manos y el frenético martilleo de su corazón que creía él podía escuchar en cualquier momento.
No obstante, Luciano, ajeno a ese peligro latente, la observa