La única palabra que me define es madre.
Catalina observó por la ventanilla del coche mientras avanzaba lentamente por el camino arbolado que conducía a la Mansión Delcourt.
Cuando la silueta de la propiedad apareció imponente entre la neblina, sintió que una presión invisible se apretaba alrededor de su pecho, haciéndole difícil respirar.
Margot la había citado con la excusa de un almuerzo familiar, pero Catalina sabía que podía esperarse cualquier cosa.
Respiró hondo, intentando contener la ansiedad que amenazaba con quebrarla. Vestía con sobriedad calculada, un conjunto en tonos marfil y gris perla, sin joyas ostentosas ni perfumes intensos que anunciaran su llegada antes de tiempo.
Sabía que esa mesa no la esperaba con afecto, sino con cuchillos escondidos bajo sonrisas educadas.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Julián desde el asiento trasero con preocupación.
Aunque ella había insistido en ir sola, él se había negado a dejarla enfrentar esa batalla sin respaldo, al menos hasta la entrada, donde se detendría para no se