Grupo Moreau II

Las formalidades se retomaron entre movimientos contenidos y rostros que evitaban cruzar miradas.‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Hubo firmas, sellos, murmullos y gestos discretos, mientras afuera los medios replicaban la noticia con efervescencia.‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Sin embargo, dentro de esa sala, todo se sentía distinto.‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Algunos directivos no podían sostener la mirada, quizá por vergüenza, quizá por miedo. Otros, por el contrario parecían aliviados, como si hubieran esperado este cambio desde hacía años.‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Cuando el juez Lambert cerró su maletín y se marchó sin necesidad de discursos. Lo había visto todo y sabía que lo más importante ya había sido dicho.‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Julián caminó con paso firme hasta la cabecera de la mesa bajo la atenta mirada de todos, sin prisa pero sin titubeos, y tomó asiento en la silla que durante años había ocupado Sebastián Moreau.‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Catalina, sin dudarlo, se dirigió a su derecha y ocupó su lugar junto a él, no como invitada ni como testigo, sino como pieza clave
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