Las formalidades se retomaron entre movimientos contenidos y rostros que evitaban cruzar miradas.
Hubo firmas, sellos, murmullos y gestos discretos, mientras afuera los medios replicaban la noticia con efervescencia.
Sin embargo, dentro de esa sala, todo se sentía distinto.
Algunos directivos no podían sostener la mirada, quizá por vergüenza, quizá por miedo. Otros, por el contrario parecían aliviados, como si hubieran esperado este cambio desde hacía años.
Cuando el juez Lambert cerró su maletín y se marchó sin necesidad de discursos. Lo había visto todo y sabía que lo más importante ya había sido dicho.
Julián caminó con paso firme hasta la cabecera de la mesa bajo la atenta mirada de todos, sin prisa pero sin titubeos, y tomó asiento en la silla que durante años había ocupado Sebastián Moreau.
Catalina, sin dudarlo, se dirigió a su derecha y ocupó su lugar junto a él, no como invitada ni como testigo, sino como pieza clave