Búsquenlo debajo de las piedras.
Al ver el nombre de Bastien en la pantalla de su teléfono, Julián contestó la llamada desde su despacho en Grupo Delcourt, dejando a un lado la pluma con la que había estado firmando documentos.
Sabía que si Bastien lo llamaba, era porque tenía información.
Tenía las mangas de la camisa arremangadas y el rostro marcado por la concentración, esa mezcla de agotamiento y alerta que solo se adquiere cuando se ha peleado por recuperar lo que te arrebataron, no solo con papeles, sino con entereza.
A su lado, una carpeta con los primeros resultados de la auditoría de Grupo Delcourt estaba llena de subrayados, gráficos impresos y post-its pegados como si cada página gritara un escándalo diferente.
Y pensar que bastó con unos meses para que Luciano hiciera desastre.
—Dime que lo encontraron —habló directo, sin rodeos, mientras se reclinaba en la silla y entrecerraba los ojos.
—Zürich —informó Bastien desde el otro lado, con un tono se