Curiosidad o miedo.
Catalina conversaba con un grupo de empresarios que fingían interés en la causa benéfica.
A su lado, Julián permanecía silencioso, pero su presencia imponía sin necesidad de palabras. No era el tipo de hombre que buscaba protagonismo, pero su sola calma atraía miradas.
Cada vez que alguien se acercaba, él lo estudiaba con una mirada breve pero precisa, como si pudiera leer las intenciones detrás de cada sonrisa.
Julián irradiaba una autoridad silenciosa, una que no necesitaba imponerse, y ese magnetismo comenzaba a despertar curiosidad entre los presentes.
Nadie sabía exactamente quién era, pero todos coincidían en que no era un acompañante común.
En su porte había algo familiar, algo que generaba respeto y una extraña sensación de reconocimiento, como si perteneciera a ese lugar, aunque nadie recordara haberlo visto antes.
Fue entonces cuando su mirada se cruzó con otra, una llena de cálculo y desconfianza.
La de Sebastián Moreau.
Desde el otro extremo del salón, Sebastián lo observa