Su hermano volvió.
En el salón del Hotel Vendôme, el ambiente estaba cargada de ese tipo de tensión invisible que solo se percibe cuando todos esperan algo, aunque nadie diga nada.
Hasta que ella entró.
Catalina Delcourt cruzó el umbral del salón con un vestido negro de escote diamante que le envolvía el cuerpo como si hubiese sido diseñado para ella y solo para esa noche.
A su lado, Julián caminaba con paso firme, el rostro imperturbable, como si siempre hubiese pertenecido a ese mundo que le había sido arrebatado.
Del brazo, avanzaban sin prisa, como si no tuvieran que demostrarle nada a nadie.
Las conversaciones murieron lentamente, una tras otra.
Un murmullo comenzó a esparcirse por el salón, al ver llegar a la mujer que, hasta hace poco, había sido víctima pública de su esposo, señalada, desacreditada... y ahora lucía más regia que nunca.
Algunos rostros se volvieron con incredulidad, otros con una inquietud que se escondía mal tras las sonrisas de cortesía.
Y a su vez, nadie podía ignorar lo que v