Los días avanzaron con una velocidad tortuosa. Lisandro miraba a Valeska desde la cama, esa mezcla de vulnerabilidad y ansiedad en sus ojos, que ahora parecían buscar respuestas en ella.
Había algo en la insistencia con la que la miraba, como si en su amnesia fragmentada esa última muralla entre ellos quisiera derrumbarse a toda costa.
Ella no sabía si estaba lista para eso, para abrir esa puerta que llevaba tiempo cerrada, con llave y candado, por miedo, por dolor, por orgullo.
—Valeska —dijo él con una voz que se esforzaba por ser firme, pero se quebraba en el intento—. Necesito que me digas qué pasó entre nosotros. No puedo seguir en esta oscuridad sin saber si lo que siento por ti es real, o solo un capricho de esta mente confusa.
Ella se detuvo, tragó saliva y, por un momento, le pareció que el silencio llenaba toda la habitación. No era solo un pedido de claridad, era casi una súplica para que ella le devolviera algo que le fue arrancado sin piedad. Pero también había en esa pet