Ella lo mira con los ojos muy abiertos, como si su cerebro intentara procesar lo que acaba de ocurrir. Entonces, lentamente, la vergüenza comienza a teñir su expresión.
La voz de Erika baja un poco, como si temiera que Alessandro estuviera allí solo para presionarla con el trabajo.
—Si vienes a apresurarme con el proyecto, que sepas que hoy es sábado —murmura con cansancio, evitando su mirada—. Puedes venir en dos días.
Dicho esto, guarda silencio. Toma nuevamente la botella con dedos temblorosos y se queda allí, sentada, con la expresión de alguien que sabe que ha hecho algo malo, pero no tiene la fuerza para corregirlo.
Este fin de semana había decidido darse dos días. Solo dos. Dos días para procesar su ruptura, para llorar lo que debía llorar y beber lo que jamás había bebido. Dos días para rendirse a su tristeza antes de obligarse a seguir adelante como si nada hubiera pasado.
Alessandro la observa en silencio. La imagen que tiene frente a él le resulta extraña, incómoda. Erika s