El aire en la habitación se volvía cada vez más pesado, cargado de deseo y algo más profundo, más oscuro. Alessandro la tenía atrapada bajo su cuerpo, su aliento rozando su piel caliente mientras sus labios recorrían un camino de fuego desde su cuello hasta la línea de su clavícula.
Erika tembló cuando sintió el roce húmedo de su lengua lamiendo el rastro de lágrimas que aún quedaba en la comisura de sus ojos. Él no se detuvo, besándola allí con un esmero casi reverente antes de descender lentamente, degustándola centímetro a centímetro.
—Eres tan hermosa… —murmuró contra su piel, su voz densa y cargada de deseo.
Su boca descendió hasta sus pechos, atrapando un pezón entre sus labios, succionando con fuerza suficiente para arrancarle un jadeo entrecortado. Su otra mano bajó con un propósito claro, recorriendo el contorno de su cintura antes de deslizarse entre sus muslos. Erika arqueó la espalda, dejando escapar un gemido ahogado cuando sus dedos rozaron su piel más sensible.
—A-Aless