CAPÍTULO 24
MONSERRAT
La mañana comenzó con un aire extraño en casa. Había decidido contarles a mis abuelos que esa noche saldría a cenar con Julián. No esperaba que lo tomaran con tanto recelo.
Estábamos en la mesa, almorzando un plato de pasta, cuando lo solté casi de golpe:
—Hoy en la noche voy a cenar con Julián —dije, tratando de sonar natural.
Mi abuela levantó la vista y me observó con esa expresión tranquila, pero cargada de significado. Ella sabía perfectamente lo que sentía por él. Nunca tuve que decírselo en voz alta; me conocía demasiado bien. Mi abuelo, en cambio, dejó el tenedor sobre la mesa y frunció el ceño.
—¿Otra vez? —dijo con un tono grave—. Toda la semana estuviste con él en la playa. ¿No crees que es suficiente?
Sentí que un calor incómodo me subía a las mejillas. No me gustaba discutir, pero tampoco quería esconderme.
—No es lo mismo, abuelo. Hoy vamos a cenar, nada más. Además no estuve solo con él, éramos un grupo de amigos.
—Nada más —repitió él, recalcand