CAPÍTULO 25
JULIÁN
El saber que aquel beso durante el viaje había sido el primer beso de Monserrat me tenía desbordando de felicidad. No podía quitarme la sonrisa de la cara cada vez que lo recordaba. Ella, con toda su ternura, su ingenuidad y esa forma tan pura de sentir, me había regalado algo que para mí se convirtió en un tesoro. No lo podía evitar: sentía que ese detalle me unía a ella de una manera que nada ni nadie podría romper.
Pero al mismo tiempo, la idea de Juan rondaba en mi cabeza como un insecto molesto. No soportaba pensar en él siguiéndola, escribiéndole o invitándola a salir, como si yo no existiera, como si no viera lo que estaba pasando entre nosotros. No me gustaba, y ya había decidido que tarde o temprano iba a hablar con él. No quería que ese tipo siguiera rondando a la chica que me estaba robando el corazón.
Después de caminar durante casi una hora regresamos al auto. Manejar con ella al lado era extraño y maravilloso al mismo tiempo; el mundo parecía deteners