CAPÍTULO 134
JULIAN
El estacionamiento está casi vacío cuando llego. Me estaciono y me quedo en el coche con la convicción de que la noche será larga. He llamado a Cristina otra vez; necesito saber dónde está Monserrat y no responde. Tiene un silencio que me inquieta, y la intranquilidad no me deja en paz.
Cristina me atiende con la suavidad de siempre, como si las cosas fuesen sencillas y uno pudiera resolverlas con un té y unas palabras.
— Buenas tardes, Cristina —digo por teléfono con la voz contenida.
— Hola, Julián —responde—. No hace mucho pasó por la oficina; dijo que iba a recoger su computadora y volvía para la casa. Puedes esperarla en la casa si querés, y te quedás a cenar.
Cenar con ellas. Esa frase choca conmigo. Quiero decirle que la espere aquí mismo, que prefiero quedarme en el estacionamiento hasta que ella aparezca. Le agradezco y cuelgo. Decido esperar un rato más; la posibilidad de ir a su casa me tira de la mano, pero me impongo firmeza: primero aquí. Si no apar