CAPÍTULO 126
CARLOS
El vino se sirve en la mesa, y el aroma a roble se mezcla con el bullicio del restaurante. Me reclino en la silla de cuero oscuro, observando a los hombres que me acompañan. El nuevo jefe de mecánicos del equipo de Santiago, Ramón Rotte, con ese aire de veterano que aún no se desprende de la ingenuidad, y el representante de Santiago, un tipo astuto que sonríe demasiado, como si supiera más de lo que dice.
Brindamos por el “primer paso”, como le llaman ellos, aunque yo sé que lo que hicimos hoy es mucho más que un primer paso. Hoy abrimos una puerta que no se cerrará fácilmente.
—El muchacho es joven y dócil —dice Rotte, girando la copa con lentitud entre mis dedos—. Pero no nos engañemos, no es tan buen piloto.
El representante suelta una carcajada breve, seca.
—Arreglar el programa fue fácil. Manipular los resultados, mover un par de fichas… Eso cualquiera lo hace. Pero las carreras, Carlos… Las carreras son otra cosa. Ahí no se oculta la falta de talento.
Ramón