IGNACIO
Desde hace días tenía una idea dando vueltas en mi cabeza. Una idea que me llenaba de esperanza, aunque también de un poco de miedo: quería regalarle a Monserrat un recuerdo imborrable, un símbolo de lo que seguíamos siendo, más allá de diagnósticos, tratamientos o incertidumbres.
Una mañana, mientras desayunábamos juntos, se lo propuse casi con ligereza, aunque por dentro me latía fuerte el corazón:
—Montse, ¿qué te parece si nos vamos una semana de viaje? Solos, lejos de todo… para olvidarnos del trabajo, de los médicos, de las carreras, de todo.