Mansión Zimmel, diez años antes:
El auto frenó justo frente al jardín y de él se bajaron ella y Marco. Ella venía descalza caminando por sobre la suave hierba del césped, disfrutando de haber liberado sus pobres pies de los terriblemente altos tacones que se había visto forzada a ponerse para asistir al evento del que acababan de regresar.
Marco la miró de soslayo, torciendo los labios.
—Extremadamente antihigiénico e infantil de tu parte, ¿no crees?
—Me duelen los pies.—explicó ella, en un susurro.
—Cuando entremos pídele una aspirina a uno de los sirvientes.
Ella había sonreído débilmente, si su esposo se limitaba a tomar su mano en público solo para guardar las apariencias, nunca la había besado y nunca la tocaba, era natural que mirase sus pies con asco.
—Gracias, lo haré.
Actualidad:
Casanova besaba su empeine, mordiendo la piel de su pie, mientras la apretaba entre sus dedos.
—¿Te gusta, cara?
¡ Estaba al borde de un desmayo!
—Me gustan tus pies, son sexys.—susurró é