El amanecer del viernes llegó como una caricia fría sobre la ciudad.
Un día que debía ser de celebración… pero que para Isabella era una cuerda tensa a punto de romperse.
Se levantó, se duchó, se maquilló sin sentir el rostro.
La perfección como armadura.
La elegancia como escudo.
Asistió a la universidad con Daniel, quien la esperaba en el portón con un café que ella no probó.
—Te ves cansada —susurró él mientras caminaban por el pasillo.
Isabella solo sonrió con cortesía, esa sonrisa vacía que ya se estaba haciendo costumbre.
Atendió clases sin escuchar.
Respondió preguntas que no procesó.
Y, al mediodía, regresó a la mansión junto a Daniel.
Ambos entraron en silencio, como si las paredes mismas contuvieran la respiración.
La mansión era un hormiguero elegante: trajes, vestidos colgando de percheros, Giorgio revisando comunicaciones, Sebastián revisando armas y el equipo de seguridad desplegándose con precisión militar.
El lobby de la empresa Moretti Enterprise Global se inauguraría