El amanecer cayó sobre la mansión Moretti como una sábana tibia… pero nadie la sintió.
El silencio era más denso que el aire.
Giuseppe bajó antes que el resto ojos cansados, barba de pocos días, la respiración de quien durmió menos de lo que fingió.
A los minutos, la familia se reunió en el comedor.
Isabella llegó última.
Se sentó con la espalda recta, el cabello perfecto, la expresión impasible… y el cubierto inmóvil entre los dedos. No tocó el desayuno. No miró a nadie.
Giuseppe y Charly intercambiaron una mirada breve, silenciosa. La clase de mirada que solo comparten quienes saben que hay un incendio que aún no se ve.
Él Don, dejó la taza con un suave clic sobre la mesa.
—Isabella, ¿Qué sucede entre tú y el chico Fitzgerald? —preguntó con calma—. Desde que nos ayudó en el ataque no lo veo, y eso da mucho que pensar… ya que parecían estar unidos por un lazo invisible.
Isabella se tensó apenas. Su voz salió firme, pero demasiado neutral.
—Nick está muy ocupado, padre. Ya está en la