La mañana amanecía silenciosa en Manhattan.
Una luz tenue, filtrada por las cortinas grises, acariciaba los contornos de la habitación.
Nick abrió los ojos, y lo primero que vio fue a Isabella, dormida a su lado, con los labios entreabiertos y el cabello revuelto como un nido de sueños.
Sonrió con dulzura.
En silencio, se levantó, tomó una ducha caliente y se secó el cabello con una toalla, dejando gotas que resbalaban sobre sus hombros marcados.
Luego, frente al espejo, eligió su atuendo: jeans negros, suéter de cuello alto del mismo color, abrigo largo beige, zapatos a juego, reloj de pulsera y una cadena dorada discreta.
Un toque de colonia en el cuello.
Perfecto.
Salió a la cocina, donde preparó tostadas, huevos revueltos, frutas frescas y jugo de naranja.
Giorgio llamó desde abajo. Nick bajó para recibir el paquete que contenía la ropa para Isabella, agradeció con una leve inclinación y subió de nuevo.
Mientras el café burbujeaba en la cafetera, Isabella apareció, despeinada, con