La mañana llegó con un cielo encapotado que cubría Nueva York con un velo gris.
La brisa fría rozaba los cristales de la mansión Moretti como un presagio. Isabella bajó a desayunar en silencio, arrastrando los pies, con el cabello suelto y el alma cargada de nudos.
En el comedor, el sonido de los cubiertos contra la porcelana era lo único que rompía la quietud. Alessa y Charly la siguieron poco después y, sin decir palabra, salieron: ellos a su clase de equitación, e Isabella, a una conferencia en la universidad.
Durante el trayecto, Isabella revisó su celular. Ningún mensaje. Ni un “buenos días”, ni una palabra de Nick. Se suponía que le escribiría al llegar a casa, pero no lo hizo. Su corazón se encogió un poco más. Sin duda alguna, algo iba mal.
Al llegar a la universidad, se despidió de Charly y Alessa con un gesto distraído. Daniel la abordó en cuanto la vio, con su energía habitual.
— ¿Qué pasa con esa carita, Isa? Esa cara grita: “necesito una dosis de Nick”.
Isabella suspiró m