A las afueras de Queens olía a humedad… y a traición.
Vittoria, con los nudillos ensangrentados y el labio partido, arrojó un teléfono contra la pared. El cristal se desmoronó en mil pedazos.
— ¡Moretti me debe sangre! —rugió, mientras sus hombres intercambiaban miradas nerviosas.
Alberto, su mano derecha, se acercó con cautela.
—Jefe, perdimos a Marcelo y a la mitad de los nuestros. Necesitamos reagruparnos.
Vittoria giró hacia él. Tenía los ojos enrojecidos, la furia ardiéndole bajo la piel.
—No es reagruparnos lo que necesitamos… —dijo con voz baja, cargada de veneno—. Es un golpe que los deje sin aire.
Sacó un sobre manchado de grasa del bolsillo. Dentro, una fotografía de Isabella saliendo de la universidad, rodeada por un círculo rojo.
—Como ya dije, que crean que han ganado… que bajen la guardia. —Sus dedos recorrieron la imagen con lentitud obscena—. Y cuando la princesa esté sola… será mía.
Vittoria había marcado su objetivo. Solo debía esperar el momento.
Mientras tanto, las