La ciudad despertó diferente. Los periódicos, los noticieros y las redes sociales no hablaban de otra cosa: “Aelin Valtierra regresa y sacude el tablero del poder”.
Las portadas llevaban su imagen en la gala, con y sin máscara, los analistas debatían sobre su origen, y las cadenas de televisión repetían su discurso una y otra vez.
Los empresarios murmuraban su nombre con recelo; los políticos, con un respeto forzado. Incluso sus antiguos detractores —los que alguna vez la habían despreciado como una huérfana sin futuro— sabían ahora que no era un fantasma pasajero, sino la nueva fuerza a la que tendrían que responder.
En el penthouse donde se hospedaba, Aelin desayunaba con calma. El aroma del café llenaba el aire, y el sol se reflejaba en los ventanales. Frente a ella, Darian revisaba un informe en su tablet.
—El impacto ha sido total —comentó él, sin apartar la vista de la pantalla—. Tres grupos empresariales ya te enviaron invitaciones para reuniones privadas. Dos partidos polí