La ciudad aún hablaba de ella.
Los noticieros no dejaban de repetir la imagen de Aelin Valtierra, elegante y fría, declarando frente a las cámaras que nadie podría detenerla. En las redes, su nombre era tendencia mundial.
Sin embargo, en el Penthouse, el amanecer se sentía distinto.
Aelin se encontraba en la terraza, observando la ciudad como si fuera un tablero de ajedrez iluminado por el sol naciente. El viento jugaba con su cabello suelto, y en sus manos sostenía un archivo: las últimas notas que había recopilado sobre la pista de sus padres biológicos.
Darian se acercó por detrás, dejando una taza de té a su lado.
—No has dormido, ¿verdad? —comentó con tono suave.
—No hacía falta —respondió Aelin, sin apartar la mirada del horizonte—. La ciudad me pertenece ahora. Y eso… exige vigilia.
Antes de que él pudiera responder, Sasha irrumpió en la terraza con expresión tensa.
—Señorita Valtierra… alguien insiste en verla. No aceptó ser rechazado y, de hecho, entró sin pedir permi