La ciudad comenzaba a recuperarse del atentado. Y los medios hablaban de teorías, de fanáticos, de enemigos políticos.
Pero Aelin no tenía tiempo para rumores. Ella ya sabía el origen.
Arkenis.
Y ya tenía un nombre, y gracias a un rastro de criptomonedas, movimientos en la Deep Web y una grabación en cámara térmica filtrada por Cuervo, Sasha localizó a uno de los implicados: un agente de rango medio, nombre en clave «CeroTres», conocido por facilitar rutas de escape y limpiar escenas.
Aelin no esperó a la policía. Y no llamó a la prensa. Lo fue a buscar ella misma.
En una antigua fábrica abandonada,en la zona industrial, el lugar apestaba a óxido y humo viejo. Las paredes grafiteadas ocultaban trampas y sensores camuflados por Sasha y su equipo.
«CeroTres», caminaba tranquilo, hablando por su comunicador.
—Entrega lista. Nadie sospechó. Me desaparezco por cuarenta y ocho horas y luego espero nueva misión.
Una figura cayó desde el techo con la precisión de un fantasma.