En la residencia Elizalde, eran las tres de la mañana.
Y las luces de la sala estaban encendidas a pesar de la madrugada. Una botella de whisky medio vacía adornaba la mesa de mármol, mientras Leonard caminaba en círculos, con el rostro desencajado y el ceño partido.
—¡Desaparecieron! ¡Desaparecieron, maldita sea! ¿Cómo es posible que tres de nuestros operadores clave hayan desaparecido sin dejar rastro?
Isabella, sentada en el sofá con una bata de satén, bebía un sorbo de vino sin levantar la mirada.
—Tal vez… alguien está limpiando el terreno —dijo con voz neutra.
—¿Limpiando? ¡Los mataron! No hay señales, no hay cámaras, no hay cuerpos. Solo manchas de sangre y el mismo patrón: un tiro limpio en la frente… como una ejecución.
Leonard se detuvo en seco. —Y el símbolo…
Sobre los cadáveres —o donde antes estuvieron— se había encontrado una carta con una pluma negra… y una palabra escrita en tinta roja: «Justicia».
Al amanecer, Leonard convocó una reunión con los pocos