La noche cayó con la elegancia de un telón de terciopelo.
La mansión Vólkov resplandecía como un faro entre las colinas, sus ventanales iluminados y su fachada bañada en luz dorada. Vehículos de alta gama se alineaban en la entrada circular, dejando salir a empresarios, inversionistas, diplomáticos y rostros conocidos del mundo de la moda y la política.
Pero todos, sin excepción, guardaban la misma pregunta en la mirada:
—¿Quién organizó esta cena?
Ninguna invitación llevaba firma. Solo un sello negro con forma de luna y un dragón alado: el emblema más nuevo —y más temido— del círculo privado de Darian Vólkov.
Desde una terraza en lo alto de la mansión, Aelin observaba la llegada de los invitados con una copa de vino tinto entre los dedos. Vestía un vestido negro, sin espalda, ajustado, elegante, con una capa de tul oscuro que cubría sus hombros. Su rostro estaba parcialmente cubierto por un delicado antifaz de encaje.
Sasha permanecía a su lado, como un centinela silencioso.
—¿Estás