La gala había quedado atrás, pero sus ecos seguían vivos en cada rincón de la ciudad. Los periódicos no hablaban de otra cosa: el aplomo con el que Aelin había presentado la carta de transparencia, la torpeza de Celeste al no poder completar los formularios, y la reacción de los donantes al darse cuenta de que, desde ese momento, cada aporte quedaría registrado y expuesto.
Las cafeterías de la ciudad estaban llenas de conversaciones en torno a ese evento. Algunos alababan a Aelin, llamándola "el rostro de la nueva época". Otros criticaban lo ocurrido, argumentando que la transparencia era solo una manera elegante de tener más poder. Pero todos coincidían en algo: nadie había quedado indiferente.
En el Penthouse, la mañana empezó tranquila. Aelin estaba en la cocina, con el delantal puesto, batiendo unos huevos. No solía cocinar, pero aquella mañana había insistido en hacerlo ella misma. Darian entró poco después, descalzó, con una taza de café en la mano. Se detuvo en el marco de