Celeste se debatía entre dos instintos: el de atacar en caliente y el de sonreír en frío. Eligió lo segundo. Apretó el brazo de Amanda, caminó hacia una mesa y pidió hablar. El maestro de ceremonias le cedió el micrófono con una amabilidad que no prometía compasión.
—Quiero reconocer la iniciativa —anunció, modulando la voz—. Y por eso, firmaré la carta ahora mismo. La familia Valtierra siempre ha dado la cara.
Firmó con trazo amplio. La tinta brilló. Las cámaras la amaron. Adrien, a dos cuerpos, asintió con una discreción que en él equivalía a una palmada. El conde y la condesa —si eran ellos los que aguardaban en la ventana alta— observaron el gesto con esa mezcla de cálculo y curiosidad que reserva la nobleza para los actos gratuitos.
El problema de los actos gratuitos es que a veces te piden recibo.
Un voluntario acercó a Celeste una tableta para completar el anexo: origen de fondos, beneficiarios previos, filtros de cumplimiento. Nada que una donación limpia no pueda responde