El sol filtraba su luz dorada entre las cortinas, tiñendo la habitación de un resplandor cálido.
Miranda abrió los ojos lentamente, todavía envuelta en el aroma familiar de la piel de Adrián.
Por primera vez en mucho tiempo, la casa se sentía en paz.
Él dormía aún, con un brazo sobre su cintura, respirando con tranquilidad.
Su semblante relajado contrastaba con el cansancio y la tensión que lo habían acompañado en los últimos días.
Miranda lo observó en silencio, recordando la noche anterior: las palabras, las lágrimas, los besos… y esa promesa tácita de volver a empezar.
Deslizó los dedos por su mejilla con suavidad, y él entreabrió los ojos.
—Buenos días —murmuró Adrián, con una sonrisa tenue.
—Buenos días —respondió ella, devolviéndole la sonrisa.
Hubo algo distinto en ese intercambio, algo nuevo.
Ya no era la mirada de un hombre que temía perder, sino la de uno que estaba dispuesto a construir.
—No sé si estoy soñando —dijo él con voz ronca—, pero verte sonreír así me hace sentir