Adrián había salido en la tarde a una reunión importe, había un cliente importante que quiere hacer negocios con su empresa y este había solicita una reunión con él. Luego de terminada su reunión él se había quedado en su despacho revisando unos documentos antes de regresar a la casa.
El reloj del despacho marcaba las seis y media de la tarde.
Adrián estaba sentado frente a su escritorio, observando sin realmente ver los documentos que tenía delante. Desde aquella conversación con Miranda en la mañana, no había podido concentrarse. Las palabras de ella —su calma, su ternura, su decisión de quedarse— seguían repitiéndose en su mente como un eco persistente.
El recordó su cena fallida con miranda y decide invitarla a cenar esa noche.
Tomó el teléfono, dudó unos segundos y finalmente marcó su número.
—¿Sí? —respondió Miranda del otro lado, con una voz suave, algo cansada.
—Hola… soy yo —dijo él, con un tono bajo, como si temiera interrumpirla.
—Lo sé —respondió ella, y hubo una breve pau