Adrián permaneció en silencio unos segundos, observando a Miranda. Su sonrisa leve no desapareció, pero había algo más profundo en sus ojos: preocupación mezclada con determinación.
—Miranda… —comenzó, con voz baja—. Sé que lo de anoche no fue lo correcto. Me equivoqué. Te hice esperar, y tienes todo el derecho a sentirte molesta. Hoy quiero hablar contigo.
Ella arqueó una ceja, con esa mezcla de orgullo y frialdad que siempre lo desarmaba.
—¿Hablar? —repitió—. ¿Después de dejarme plantada anoche?
El golpe fue directo. Y merecido.
—Lo sé —dijo él, sin intentar justificarse—. Sara dijo que se sentía mal y entré en pánico… pensé que debía acompañarla.
—¿Y no pensaste en que yo te estaba esperando? —Su voz era firme, cargada de decepción, sin rastro de reproche.
Adrián dio un paso hacia ella, despacio.
—Lo sé. Y te pido perdón, de verdad, Miranda. No hay excusa para lo que hice.
Por un instante, el silencio se impuso. Ella bajó la mirada, jugando con el cierre de su bolso.
—No quiero dis