El reloj marcaba las tres y media cuando Miranda llegó a casa. El ambiente estaba tranquilo, perfumado con el aroma tenue del jazmín que subía desde el jardín. Había sido un día extraño, lleno de emociones mezcladas, pero por primera vez en mucho tiempo sentía que algo entre ella y Adrián podía comenzar a sanar.
Dejó su bolso sobre la mesa del recibidor y se quitó los zapatos, disfrutando del contacto del suelo frío bajo sus pies. Caminó hacia la sala con intención de relajarse un poco antes de cambiarse de ropa, pero al girar el pasillo, su paso se detuvo.
Sara estaba sentada en el sofá principal, con una taza de té entre las manos y una sonrisa serena en el rostro. Vestía un conjunto beige impecable y parecía perfectamente cómoda, como si aquel fuera su propio hogar.
—Hola, Miranda —saludó con un tono amable—. Espero no haberte incomodado. Llegué hace unos minutos.
Miranda parpadeó, intentando disimular su sorpresa.
—No, claro que no —respondió con una sonrisa cortés—. No esperaba v