Dayana, con o sin miedo, caminó sujetando con fuerza el asa de su bolso. Llegó al restaurant dentro de aquel lujoso hotel, la anfitriona, al verla llegar, preguntó si tenía mesa reservada o si esperaba a alguien, Dayana sintió una punzada en el estómago y respondió con valentía.
- No, solo yo, una mesa para mí, por favor… -finalizo bajando la voz.
La anfitriona miró los registros y sonrió, luego dijo:
- ¡Claro! ¡Venga por aquí! ¿Prefiere en el bar o en el jardín?
Dayana se sintió bien, pues nadie le preguntaba por qué iba sola, ni nada por el estilo, era una simple acción, pero para alguien que últimamente había dejado que hicieran todo por ella, resultaba un triunfo.
- El bar… ¡Sí! ¡Sí, el bar! ¿Ahí puedo cenar?
- ¡Claro! Donde usted prefiera.
- En el bar… -dijo Dayana creyendo que era preferible un ambiente un poco más relajado y cerrado donde no se notara que estaba sola, o en su cabeza así se veía.
Tras unos momentos, la joven mujer tomó asiento, miró la carta y pidió lo primero q