La herida vuelve a sangrar.
La risa de Damián resuena en todo el lugar, grave y burlesca. Su voz llena la cafetería con un aire pesado, incómodo, mientras todos los presentes bajan la mirada.
—Hagan el favor de irse —les digo intentando mantener la calma, aunque por dentro solo quiero desaparecer.
Mi voz tiembla, y sé que lo notan. Damián sonríe con ese gesto altanero que siempre usa para humillar a los que consideraba inferiores. Yajaira, con su tono venenoso, suelta con fingida dulzura:
—Ania, mejor ofrécenos el menú, ¿no?
Trago saliva, esperando que Damián diga que no, que jamás se rebajaría a eso, que simplemente se iría. Pero no. Como si leyera mis pensamientos, asiente despacio.
—Un café sin azúcar —ordena, con una sonrisa que me hiela la sangre, y camina hacia una mesa.
Quiero gritarle que se larguen, que no los quiero ahí, que ese lugar es mi refugio. Pero no puedo. No es mi cafetería, es de Darío, y no puedo causarle problemas. Si armo un escándalo, los clientes se irán, y no quiero hundir el negocio de