En cualquier lugar menos aquí.
Subo con el cuadro de mi padre entre las manos. La madera está fría, y el cristal empañado por mis lágrimas. Lo abrazo con fuerza, como si al hacerlo pudiera sentir sus brazos otra vez, su voz, su calma. Termino quedándome dormida así, abrazada a su imagen, con el corazón latiendo lento y pesado.
Cuando despierto, por primera vez en días, tengo la fuerza suficiente para levantarme. Me visto sin pensarlo demasiado, recojo mi cabello y bajo. Al llegar, veo a Darío esperándome con una sonrisa, como si la conversación de anoche —tan tensa, tan llena de silencios incómodos— no hubiera ocurrido.
—Buenos días —le digo, intentando sonar normal.
—Buenos días, dormilona —responde con un tono amable, extendiéndome unos planos—. Es el diseño de lo que se construirá en la parte de arriba.
—Muchas gracias —respondo, observando el papel con cuidado.
Salimos rumbo a la cafetería. Pero al llegar, algo nos desconcierta. Hay varias personas aglomeradas afuera, murmurando entre sí. Darío frunce