Capítulo 59 —V
La casa estaba en silencio. Demasiado silencio. Silencio que perfora. Hasta los pasillos parecían interminables y las paredes más altas, o qué sé yo. Estaba encerrada, esperando noticias que no llegaban.
Porque la cosa no había quedado solo en el restaurante y entrar como pistoleros. Siguieron. Massimo estaba enloquecido, decía que no iba a parar. Todos los días había una discusión diferente, un objetivo distinto. Hasta que él decidía cuál, dónde y cuándo.
Isabella por fin se había callado después de horas llorando como histérica. Se hizo un ovillo en mi cama, con la cara hundida en la almohada, y se quedó dormida. La tapé con una manta y me quedé ahí, mirándola.
Cada vez que cerraba los ojos volvían los gritos, los motores rugiendo, los disparos. Las manos me ardían, el pecho me dolía como si hubiera corrido sin parar. Era puro miedo. Miedo de que la próxima vez no tuviéramos suerte.
Massimo seguía sin aparecer. Las horas pasaban y nada. Ni una llamada, ni un mensaje,