—Entramos por la cocina. Silencio. Impacto rápido. Sin heroísmos, sin preguntas. —Alessandro chasqueó los dedos— Se acabó.
—Por Dios.
Massimo no tardaba nada en devolver el golpe. ¿Cuánta sangre más se iba a derramar? Cada vez que me giraba había muertos, balas, choques.
—La noticia le explotó en la cara, Victoria. Un intento de secuestro o asesinato o lo que fuera eso. Se salvaron por poco. Creo que ni siquiera respiraba. —Se acomodó un poco el brazo.
—¿Y fuiste así? ¿Todo roto?
—Sí. Esta vez no me iba a dejar atrás. Las atacaron en la calle, a plena luz del día. Mi sobrina, Victoria. Me agarró en la cochera, lo estaba esperando al lado del coche, y no iba a decirme que no.
Me imaginaba la cara de Massimo. Esto no se detenía, cada vez que lo veía parecía que volvía de lanzarse de un precipicio. Estaba siempre tenso, siempre alerta. Saltaba de donde estuviera sentado al mínimo ruido. Hasta para el sexo se había convertido en un robot.
Juro que trataba de ayudarlo, de relajarlo. Hasta