Locura compartida

Perdí el sentido de todo lo que estaba bien y lo que no cuando se aflojó el nudo de la corbata. Ya no me importaba más si era una cosa, un mueble, una planta para él. Lo tenía pegado a mi cuerpo, me resoplaba en la cara, me escupía su furia.

Me gustaba.

Ese tiempo evitándolo no hizo más que aumentarme lo que sea que sentía por Massimo. Una enfermedad, un desequilibrio mental, no lo sabía ni me interesaba.

Lo que fuera, esta vez no se iba a ir, no me iba a sacar a patadas de nuevo.

Sentí su mano subiéndome el vestido, la piel áspera de sus dedos acariciando mi pierna. Era pura lujuria, pero potenciada al millón. Y yo besándolo como una desesperada, aferrándome a su camisa, dándome toda.

Jamás había sentido nada de eso, nunca. Era más que deseo o necesidad, era inevitable.

Las caricias de a poco comenzaron a aumentar en brusquedad, me apretaba, me raspaba, y ni siquiera respirábamos. Parecía que me pelaba la piel por donde me tocaba. Hasta que subió lo suficiente.

No pude evitar que se
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