La vida pasaba como algo que no tenía sentido. Entendí la letra de esa canción. Mi hijo crecía, Isabella no quiso dejarnos, Alessandro volvía despacio a su rutina. Los negocios también se estabilizaron. Todo parecía ir viento en popa, como quien dice. Pero había algo que me seguía picando, aunque no sabía qué era.
Lo sentía en la punta de los dedos todos los días.
Hasta que Alessandro apareció con un montón de papeles y todo comenzó a cerrarme. Una de las cosas que él dispuso para nuestra seguridad fue rastrear cada llamada, cada video de vigilancia desde mucho antes de que Massimo muriera. Como una especie de inventario.
—Tienes que ver esto —dijo, entrando en el despacho y lanzando la pila de papeles sobre la mesa.
—¿Qué son?
Los miraba pero no entendía, eran números, días, horarios.
—Ese es el registro de las llamadas telefónicas que salieron de esta casa —me explicó señalando una columna—. Estos son los días y estos los horarios. ¿Ves algo raro?
Observé más, cada una de esas línea